EL AGUILA Y EL OSO (un kin blanco del telar maya)
Unos niños corren, se escuchan gritos, y un revuelo de guardapolvos blancos. En un costado del patio, en medio del recreo de las nueve, dos alumnos de primer grado se han dispuesto a pelear.
La maestra intuyó, sabía que algo no estaba bien en ese momento, como un marino que ve el mar y distingue las sutilizas de cada ola, por ello empezó a caminar. Al llegar, sin correr, caminando al encuentro, la pelea recién iniciaba. Mateo había empujado a Gustavo, y este le tironeó el bolsillo que se descoció sin romperse.
Estela, la maestra de plástica, llegó y ellos se separaron, la ronda de compañeros hizo silencio, la Maestra escuchó los corazones, en el acto miró a los dos y al resto, con parsimonia preguntó: ¿qué hacemos?
Los más grandes de la escuela conocen a la Maestra, y propusieron que se abracen y cada uno le pida perdón al otro. Ellos se negaron. Los que no conocían a la Maestra esperaban que por lo menos se les impusiera una penitencia, y Carlos -el más alto de primer grado que hace unos días cumplió seis años, puesto que al otro del grado lo conocen por Carlitos- dijo con autoridad: Que se queden sin merienda. Ana, la de segundo que su hermano va a cuarto, en tono pacífico y claro: Que los rete su mamá. Estela preguntó de nuevo, Qué hacemos. En una nueva propuesta, casi unánime, Que se den la mano y una disculpa. Ellos se negaron.
Mateo no lograba pensar, sentía mucha furia y una mano gigante en su estómago que prendía fuego y le decía: Mira como te rompió el guardapolvos nuevo, Gustavo sólo sentía su respiración, y cómo las venas parecían estallar, apenas una voz que se preguntaba, Porqué terminé aquí peleando.
Estela los miró de nuevo y les preguntó, pero ya dirigiéndose a ellos dos, aunque todos escuchaban: ¿Qué hacemos? Gustavo dijo, luego de un rato y cuando la voz dentro suyo fue más fuerte, Nos demos la mano y nos pedimos disculpas. Desde el estómago de Mateo unas cuantas voces le decían que el no tenía que pedir perdón, que era todo culpa de Gustavo.
La Maestra miró a Mateo y vio como las olas indicaban una tormenta, un mar enfurecido, ella sopló unas nubes feas y les dijo: Que tal si cada uno toca su propio corazón y el del otro. Con un gesto explicó, mano izquierda en el pecho y extendido la derecha sobre el corazón del otro. Las voces que sentía Mateo se volvieron confusas, cómo es eso de tocar el corazón, pero si las voces de su estómago no dicen nada Mateo es libre. Mateo asintió con la cabeza.
Los testigos miraron la escena, duró unos segundos. Mateo en ese momento sintió un remolino, un gran oso marrón estaba pescando en un río, no tomaba nada que no le perteneciera, era como comer lo que estaba allí para ello y a la vez sintiendo una sensación hermosa, la de ser todo sin voces, la naturaleza sin palabras... ver un ser y nada que diga árbol. Gustavo estaba en pleno vuelo, sus alas estaban completamente desplegadas, a lo lejos un pequeño ratón comía, su cuerpo se inclinó y con el viento se lanzó, no entendió nada, hasta que sintió que su estómago lleno y en gratitud, mientras se alejaba de unas montañas en pleno vuelo.
Estela sabía que algo había sucedido, pero alguien le había tapado los ojos puesto que era un secreto entre el Oso y el Águila. Ella pidió que se miraran a los ojos y preguntó, pudieron sentir los corazones. Susurraron asombrados, si. ¿Pueden seguir peleando? Con las miradas profundas y las cabezas acompañando dijeron no.
El Oso pintaría en la clase de plástica todo, el Águila guardaría su secreto. Mateo y Gustavo no se hicieron amigos, nunca más pelearon, pero se supieron parte del mismo todo, con el tiempo el Águila entendió que el también era Oso.
HFC
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